Un hombre me enseñó cómo se atrapa un mono: Con un recipiente pesado con un solo pequeño orificio abierto por donde el mono puede meter la mano introducimos algo interesante para el mono asegurándonos que el mono nos observa cuando lo hacemos. Luego nos alejamos. El mono no tardará en intentar sacar el objeto del recipiente: mete la mano, siente el objeto, lo toma y cierra el puño. Listo! El puño cerrado del mono ya no pasará por el orificio y el mono no podrá sacar la mano. Podemos tomar el mono con facilidad, abrir el recipiente, sacarle el objeto de la mano y retirar la mano por el orificio. Si tan solo el mono supiera que soltando hubiese sido liberado, y si hubiese soltado aquello que lo captaba, no podría ser atrapado tan fácilmente.
Muchas veces me veo atrapado por aquello que parece captarme: el enojo, la ira, la amargura, el temor, el sentido personal, el orgullo… y tantas cosas más, a veces muy engañosas y sutiles.
En la empresa donde trabajo importamos accesorios para máquinas industriales. Un día a última hora de la tarde recibí una llamada telefónica de un funcionario de la aduana. Con cordialidad me propuso que auspiciemos una revista que publica la aduana. Con corrección le respondí que no estaba en nuestro presupuesto realizar tales auspicios.
Me contestó que lo lamentaba porque podrían ayudarnos en el caso de una inspección o trámite. A las dos semanas recibimos una citación de la aduana informándonos que en un plazo de 15 días debíamos presentar documentación que demostrase que los precios declarados en una importación realizada hacía unos 6 meses eran veraces.
Esta citación me molestó. La asocié con la llamada del funcionario. Implicaba dedicarle tiempo; tiempo que dedicaba normalmente a mi trabajo y que no es preparar papeles para demostrar que lo que hacemos no es engañoso. Debía ahora preparar información y presentarla en una forma que pudiese ser comprendida por la aduana.
Una mañana, con la información recopilada, inicié mi viaje de aproximadamente media hora en auto hasta la Central de Aduana. Mientras conducía iba rumiando mentalmente los argumentos que podría utilizar para contrarrestar los posibles cuestionamientos que la aduana podría esgrimir. ¡Qué fastidioso me resultaba todo eso! ¡Qué manera de hacerme perder el tiempo! ¡Seguramente lo que buscaban era una coima!... cosa que no iba yo a consentir… etc. etc. Esta forma de pensar me generaba tensión. Como estudiante de Ciencia Cristiana estoy acostumbrado a orar cuando tengo un problema de cualquier índole. Reflexioné y me dije: “no estoy orando”. “Debo ver a la otra persona como hijo de Dios, y que hay una sola Mente que nos gobierna a todos”. Pero con el siguiente suspiro me encontré nuevamente discutiendo con mi imaginario funcionario de aduana. Claramente mi trabajo en oración estaba desorientado. Las palabras eran correctas pero el pensamiento no estaba acertado. Fue entonces que recordé el relato para atrapar al mono. Yo estaba en la posición el mono: atrapado; debía “soltar” para estar en libertad; liberarme de la angustia, la incertidumbre, el nerviosismo.
¿Qué debía soltar? “Temor”, “enojo”, “fastidio”, el “aparente derecho a sentirme ofendido”.
Cuando me di cuenta: solté. Nada de eso me pertenecía. Nada de eso era bueno. Todo eso me estaba engañando; y yo lo podía soltar allí mismo; en el auto donde estaba… y lo hice. Lo único que quedaba entonces en mi pensamiento era: soy hijo de Dios ¡y el funcionario también!
Me llenó una sensación de paz y tranquilidad. Cuando percibí que era fruto del proceso de “soltar” me llenó la alegría.
Maneje tranquilamente desde entonces hasta la aduana. El tráfico no me molestaba. Me encontré dejando avanzar a los demás antes que yo, (cosa poco común en la ciudad donde vivo).
Cuando llegué a la oficina de aduana donde debía presentarme había una oficina grande con varios escritorios, algunas personas trabajando, algunos hombres vestidos de traje y corbata, las mujeres muy bien vestidas, y había un hombre un tanto desarreglado, sin saco, sin corbata, mostrando algo de camiseta debajo de la camisa; su cabello necesitaba la asistencia de un peluquero… y bueno, desentonaba con el resto. Ese hombre era con quien yo debía hablar. En el instante solté “prejuicio”. Me acerqué a su escritorio, me senté, presente los primeros papeles, los miró una vez, otra vez, y me dijo: “no veo porque lo han citado, esto está todo en orden. Usted es una persona ocupada y esto lo ha sacado de su trabajo. Le pido disculpas.” Firmó una constancia, le agradecí su atención, y volví a mi trabajo… conduciendo tranquilamente. Tengo total convicción que la armonía que se manifestó fue resultado de la presencia del Cristo en mí y en el funcionario, y de mi estado de conciencia resultante al poder soltar aquello que me estaba engañando.
- E. Bush